jueves, 1 de noviembre de 2007

Martín Faunes y Julio César Ibarra capacitando cuentacuentos en La Pintana


Martín Faunes, presentando su ponencia en el Seminario Internacional de Minificción, desarrollado en Chile, en agosto de 2007.
Martín, en el Taller de Cuentacuentos "Tenemos tanto que contar...", CEAM de La Pintana, junto a Juanita Avendaño.
Martín Faunes, junto a Karina Arias, directora y Elías Vega, profesional del CEAM de La Pintana.

El escritor Martín Faunes, Karina Arias, Elías Vega, Ruth Vera, de la Fundación Hogar de Cristo y el poeta Julio César Ibarra, momentos previos a la presentación de la ponencia de Martín en el Seminario Internacional de Minificción, que incluyó el proyecto que la Corporación Letras de Chile y el Hogar de Cristo realizan en conjunto, el taller de cuentacuentos "Tenemos tanto que contar...", en el cual participan adultos mayores, a los cuales se les capacita para ir a contar cuentos a las escuelas básicas del sector.

Experiencia que ha resultado ser tremendamente exitosa y que pretende ser transferida a otros Centros de Encuentro del Adulto Mayor. Asimismo es una extraordinaria oportunidad para que los escritores de Chile se inserten en las comunidades de base para iniciar una vez más un diálogo profundo con el corazón la memoria del pueblo y su inconsciente colectivo.

Cuento: Calle de Gente Pobre, inspirado en el Taller de Cuentacuentos: Tenemos tanto que contar...

CALLE DE GENTE POBRE

Con un homenaje a la Sra Patricia Vogel de La Pintana.

Yo no me llamo Patricia. Mi nombre es Flor. Pero a mí no me molesta que me digan Patricia, todo lo contrario. Y se preguntan por qué no me llaman por mi nombre verdadero, a mí sólo se me ocurre decirles que porque me crié así nomás, güachita. Me cuidaba una tía que nunca supe si sería de verdad tía mía. Pero era buena. Vivíamos en una casa de adobe que ya se caía ahí por Bernal Del Mercado. Calle de gente pobre.


Mi tía salía temprano a tomar el tranvía a la Alameda porque trabajaba cocinando en una casa de ricos. Yo me mojaba bien la cara y el pelo para peinarme con lo dedos, y cerraba bien para irme a la esquina; a un almacén donde vendían azúcar, harina, té y esas cosas, y donde la señora que era la dueña me daba un leche con pan a veces con mantequilla. Y yo a cambio le barría y le acomodaba los cajones y me ganaba así también un caldo a la hora de almuerzo. Así eran las mañanas de esta güachita de nueve años, flaca y pasada de hambre, pero contenta.


Las tardes eran más entretenidas, porque llegaba de la Escuela Normal la Camercita, hija de la dueña que estudiaba para ser profesora. Era linda la Camercita, de dieciséis más o menos. Tenía de amigo un chiquillo más grande que vivía con su mamá a unas dos cuadras en una casa más pobre que la mía. Era un cabro bueno, trabajaba para su mamá. Salía para allá más temprano que mi tía incluso. Yo me asomaba a veces para verlo pasar, y lo seguía con la vista hasta que se perdía por una curva que había en la calle. El niño era lindo, se llamaba Patricio; claro que la Carmecita no poleaba con él, porque en ese tiempo no se usaba esto de pololear. Si una niña pololeaba la podían tratar de puta y después quién iba a querer casarse con ella.


"Las niñas decentes no pololean, se ponen de novias", así me decía la Camercita mientras encendíamos el brasero para calentarnos y tomarnos la once. Pobre la Carmencita, a ella no la iban a dejar ponerse jamás de novia con un niño como su amigo porque era más pobre que ella. Imaginen que su mamá, como dueña del único almacen, era la rica de la calle, y la Carmencita lo quería tanto. Él también la quería. Yo lo sé porque era la recadera. Apenas sonaba la sirena del gasómetro, nosotras ya sabíamos que Patricio vendría desde Alameda, porque jamás pasaba a tomar tragos ni a jugar dominó, ni a ninguna de las tonterías en que se la pasan los chiquillos. Patricio era bueno, repito; y en cuanto sonaba la sirena yo paraba con la escoba y le ponía oreja a la Carmencita para escuchar lo que querría que le dijera a Patricio. Después yo partía a encontrarlo hacia la Alameda y le daba el recado de siempre, "que ella lo esperaba a las ocho y media en la plazuela que había a tres cuadras hacia General Velásquez".


Patricio me lo agradecía con un cariño en la mejilla y me pasaba una vianda chiquita que traía para mí desde el terminal pesquero donde trabajaba. Después se iba contento a llevarle otra más grande a su mamá, y a arreglarse para encontrarse con la Carmencita, imagino. Yo calentaba la vianda en el brasero de la Carmencita y comía de ahí algún arrocito con almejas, o unos pocos porotos, y después salía escondida detrás de la Carmencita para ver cómo se besaba con Patricio. Y se besaban y se besaban. Se besaban y se hacía cariño... era lindo.


Un día Patricio venía muy contento. "Nos salió casa en San Bernardo"; así me dijo; y me dijo también que venía a despedirse porque se iría a vivir allá con su madre. Por ese tiempo a toda la gente le daban casa en San Bernardo, pero San Bernardo era para nosotros algo así como Rancagua o Punta Arenas, imaginen: a San Bernardo había que ir en tren. No veríamos más a Patricio. Se me cayó una lágrima y él se dio cuenta. "Pero no llores Flor", dijo para consolarme, "te traje algo rico que jamás antes habrás comido", y ahí nomás, en plena calle, abrió la vianda que traía para mí, y pude ver unas especies de rocas de donde salían unos picos de pájaros bastante horribles. "Son picorocos cocidos al vapor", me dijo, y me obligó a tomar uno de esos picos con los dedos y tirarlo. Salió de atrás una carne blanca latiguda que me dio asco. A pesar de eso Patricio me obligó a abrir la boca y me la metió toda adentro, diciéndome "masca, masca". Tenía razón. Nunca había comido algo tan delicioso. Entonces él me tomó de las dos manos y me hizo dar vueltas girando con él de eje. Nos comimos los picorocos que quedaban, uno para cada uno, y él partió con la vianda para su madre y yo a contarle la mala noticia a la Carmencita.


La Carmencita se puso a llorar tras el mostrador y no había cómo consolarla. Por suerte lograba disimular cuando su mamá andaba cerca. "Voy a estudiar donde una compañera", le dijo a su mamá. Así le decía cuando iba a juntarse con Patricio. Yo partí detrás como siempre para mirarlos, y para ayudarle a venir de vuelta a la Carmencita si le daba el llanto de nuevo. Ésa fue la primera vez que vi que cuando se hacía el amor parecía una locura. Después de que se besaron y besaron, la Carmencita se vino corriendo y me pidió que la ayudara a lavarse sin que la vieran y a que se pusiera un vestido limpio... y como yo era entonces muy ignorante, quise saber si Patricio le había hecho daño. "No seas tonta", me respondió. Y yo le pude decir lo mismo a Patricio cuando a la salida del almacén vino a preguntarme cómo estaba la Carmencita. En vez de eso, me puse enfrente suyo y le dije que ella estaba bien, pero que él no podía irse. Y se lo dije así nomás sin rodeos. Cuando me preguntó por qué, le respondí, miren mis ocurrencias... que porque yo lo amaba, porque lo amaría siempre, y porque yo haría con él todo lo que él quisiera. Patricio se quedó mirándome extrañado, me tomó en brazos y me dio unos besos en las mejillas. Después, sin soltarme, me preguntó si acaso estaba loca, y si no me daba cuenta de que todavía no tenía diez años y que él veintitrés. Yo le respondí que eso no importaba y que yo no sólo lo amaba sino que lo amaba desde que lo había visto; pero él que no, que me quería pero como a hija y cosas como ésas para consolarme, después, medio enojado me dijo que estaba loca y reloca.


Me tenía todavía en brazos y quiso darme un último beso en la mejilla, pero yo le di vuelta la cara y me lo dio en la boca. Yo no quería soltarlo, pero él me dejó en la vereda diciéndome que él de verdad me quería y mucho, pero tenía que irse con su madre porque era un muchacho bueno y me dijo también muchas otras cosas que a mí no me importaban, y también que yo era linda y simpática y que iba a tener muchos hombres en mi vida, así que iba a olvidarlo pronto, que de eso a él no le cabía duda.


Yo le respondí que no iba jamás a olvidarlo, y que para recordarlo para siempre iba a cambiarme de nombre; desde ahora me llamaría Patricia, nunca más Flor. Nunca más volvimos a verlo, ni la Carmencita ni yo. La Carmencita apareció a los días con un amigo nuevo compañero de su curso, y se puso de novia después con él, su mamá no le puso problemas; pero yo jamás olvidé a Patricio, por eso todos me llaman como yo quise me llamaran: Patricia... así nomás Patricia, nunca más Flor.

Martín Faunes Amigo. Colina, invierno 2007

Cuento Pasto Maduro, inspirado en el Taller de Cuentacuentos: Tenemos tanto que contar...

PASTO MADURO


Con un homenaje a don Juan Atenas de La Pintana.

Mipadre era mediero en un fundo ahí por Alhué. Digo "por ahí", porque el lugar donde vivíamos no tenía, que yo recuerde, ningún nombre muy preciso. Nuestra casa estaba de espalda a los cerros y orillando un río chico que se podía pasar fácil mojándose un poco los pies. Hasta ese estero llegaba la medianería de mi papá, en la orilla del frente estaba la casa del mediero que sembraba pa'l bajo, o más bien la viuda suya, porque él se había muerto dejándola con un hijo, amigo de mi hermano mayor, y varias chiquillas, una de ellas un poco más grande que yo, que tenía por entonces quince, o más o menos quince, porque nunca supe en realidad la edad exacta que tenía. Una porque por esos años uno nacía nomás en su casa y a nadie lo inscribían en los registros como ahora; otra, porque siempre fui brutazo pa' los números. En realidad yo era brutazo para todo... entendía de vacas y sembradíos, cierto; pero nada de amor ni de cosas como ésas.


Un día, así nomás, sin aviso, nos golpearon la puerta mientras desayunábamos. Eran los milicos que venían a buscar al Enrique, mi hermano mayor, para que hiciera el servicio de militar. Por suerte el Enrique había partido hacía mucho rato al cerro con su amigo el del frente, porque ellos eran los pastores de las dos medianerías, y se llevan los animales nuestros y los de ellos antes del alba para que pastaran donde el pasto estaba maduro, y para cuidarlos porque siempre estaba por ahí el problema de los cuatreros.


Mi padre les dijo que el Enrique se había ido a trabajar pa'l norte con su amigo, el de la medianía del frente, pero los milicos no le creyeron. Se fueron enojados diciendo que iban a rastrearlo y, mientras vadeaban el río para llevarse al otro chiquillo, mi padre me pidió subiera al cerro sin que vieran y les avisara para que pudieran esconderse. Y así lo hice. Yo mismo les ayudé a apagar la fogata que tenían, y les contuve las vacas mientras ellos arrancaban en las yeguas pa' los cerros vecinos. Después me escondí entre unas rocas pa' ver lo que pasaba, y los milicos al encontrar el ganado solo, agarraron una ternera y la carnearon ahí mismo, la asaron y se la comieron.


Se fueron casi ya de noche, se aburrieron de esperarlos. Entonces aparecí yo haciéndome el que venía de abajo a buscar el ganado, pa' que creyeran que yo mismo lo había traído antes del alba. "Estas vacas se quedan aquí solas", les dije, y yo pensé que me habían creído, pero como a mi taita, a mí tampoco me creyeron. A los pocos días volvieron sin pasar por las casas y los sorprendieron en el cerro, los bajaron amarrados, eran como cinco milicos y dos pacos de Alhué, más otros dos civiles que todos por ahí sabían que eran cuatreros. Se llevaban también una vaca preñada y la escopeta de Enrique y la de su amigo que quedarían requisadas. Ni siquiera dejaron que los chiquillos se despidieran, la que más lloraba era la viuda del frente que se quedaba sin hombre. Al pasar uno de ellos me lanzó un puntapié diciéndome que unos años me llevarían a mí también. Mi mama y la viuda les gritaban insultos, los perros les ladraron hasta que se perdieron en el camino.


Esa noche mi padre me llamó para decirme que de ahora pa'delante yo pasaba a ser el pastor de la casa. Yo dije que bueno altiro, porque siempre había querido ser el pastor como lo era mi hermano. Mi mama le arreglaba una vianda todas las noches mientras él limpiaba muy bien la escopeta, y al alba partía él en pelo en la yegua con el hijo de la viuda, llevaban las vacas nosotros y las de ellos. "Te va tocar ir con la chiquilla del frente", me dijo mi mama; "ésa que es un poquito más grande que vos... te vai a portar bien con ella, eso sí, porque es cabra buena". Yo siempre me portaba bien, mi mama no tenía para qué decirme nada de eso.


Al otro día partimos al alba, cada uno en su yegua. Mi padre me pasó una escopeta vieja que había limpiado para mí. Las vacas partieron pa' arriba enfiladas con sus terneros, se sabían el camino solitas, y en cuanto llegamos, la niña del otro lado, quiso hacer fuego para que calentáramos las viandas, debajo de un quillay donde lo hacían mi hermano con el suyo, pero yo le dije que no, y me la llevé pa' unas rocas como caverna donde me iba a poder esconder mejor cuando vinieran los milicos a buscarme. Así que ahí hicimos la fogata. Más tarde, cuando empezó a correr un viento de esos que cortan la cara, me invitó a que nos guareciéramos con una manta que ella traía para montar en el lomo de la yegua. Se nos pasó re luego el frío y ahí nos quedamos quietecitos mientras las vacas pastaban y los terneros jugaban a darse cabezazos.


Era rico estar con ella calientitos los dos. Ese primer día estuvimos casi toda la tarde pegaditos, si hasta nos dormimos a ratos y, mientras recogíamos las cosas para devolvernos, ella me dijo con risitas que mejor no le contara a nadie que habíamos dormido juntos la siesta. Yo le contesté que no iba a decirle nada a nadie porque yo no era de los que andaban por ahí hablando; además para qué tendría que decirle yo algo a alguien, si no había nada de malo que nos hubiéramos guarecido juntos, porque teníamos una sola manta y puchas que hacía frío.


Pasamos así varios días, hasta que una tarde me desperté, y me di cuenta de que ella me estaba haciendo cariño. La embarré, porque ella paró y se hizo la lesa. Y fíjense, recién vine a darme cuenta de que los hombres se podían hacer cariño con las mujeres y que era rico. Era muy aturdido, pero las cosas iban a cambiar. A partir del día siguiente se me ocurrió que podía hacerme el dormido para así sentir cuando ella me hacía cariño con sus manitos tan suaves; y cuando ella se dormía era yo el que la acariciaba por las mejillas y por el cuello, para hacerme el dormido si ella despertaba. Yo no sé a ella pero a mí me pasaban cosas rarísimas mientras no acariciábamos que no me atrevería a contar por vergüenza; aunque no me avergüenzo de decir que esas cosas raras me gustaban, y cuando las sentía me daban ganas de besarla y esas cosas, pero no me atrevía, la besaba sólo por los ojos, porque en la boca podía despertarla, y jamás quise intrusiarla debajo del vestido, por respeto.


No pasaron muchos días, un par de semanas quizá, en que la chiquilla, se hizo la que me había descubierto acariciándola, y, antes de que yo le dijera nada, me salió con que no me preocupara, porque ella no le iba a contar a nadie si yo no le contaba a nadie tampoco. Yo no encontraba que fuera malo que nos hiciéramos cariño, y que por supuesto, si ella no quería que yo lo contara, ella sabía muy bien que yo no lo contaría. Ésa fue la vez en que quiso saber si quería jugar con ella a lo que jugaban los terneros. "Yo sería la ternera" me dijo.


Para qué voy a decir si me gustó ese juego o no. Me gustó y mucho. Estuvimos jugándolo por todos esos días hasta que empezaron las lluvias y había que darle pasto a las vacas en los establos, así que no había necesidad de llevarlas al cerro. Por esos días nos llamó mi padre para contarnos que el patrón por un lío de semillas ya no lo quería de mediero y que nos iríamos lejos, a un fundo por la boca del río Maipo. Mi mama echó unos lagrimones pensando que cuando volviera el Enrique ya no iba a encontrarnos, pero mi taita le dijo que no, que le dejaría indicaciones con la viuda del frente y que no habría problema. Ahí partí con él a acompañarlo donde la viuda y mi compañera pastora se echó a llorar altiro. Pucha, a mí me daba pena pero no era para tanto. Igual, la chiquilla lloró y lloró hasta que no vinimos y, al otro día, mientras cargábamos la carreta, cruzó con su mamá donde nosotros a decirle a mi mama y a mi taita, que yo no me podía ir porque ya era de la Teresita, así se llamaba la chiquilla. Mi taita le respondió que cómo se le ocurría, y que yo no era más que un niño. Mi mama me llevó pa' un rincón para preguntarme si me había portado mal con ella, y yo no me había portado mal, no había hecho nada malo, así que así se lo dije; y mi mama fue y les dijo que yo decía que no había hecho nada y que por lo tanto no era de la Teresita ni de nadie.


Y partimos. Ocho días nos demoramos en llegar al fundo nuevo, y los ocho aguantando las lágrimas. Pasó un año, y pasó otro. Un día cualquiera volvió el Enrique; parecía un hombre grande, no traía chupalla sino sombrero de huaso. No puedo decir todo lo contentos que estábamos. Le preparamos un asado, salimos a buscar vino tinto. La primera pena que tuvimos con su llegada fue saber que su amigo, el hermano de la Teresita estaba muerto. "Trató de escaparse del regimiento después de un castigo injusto y le dispararon", eso nomás dijo, y me bastó para entender que su vida en esos años no podía haber sido para nada buena. La segunda me la dio a mí solo " la Teresita tiene un hijo tuyo", y yo miren, el aturdido, ni siquiera sabía que con ese juego del ternero se tenían las guaguas. Yo pensaba que eso era así entre toros y vacas, o con las ovejas o los conejos pero no entre nosotros la gente cristiana.


Aturdido. Fue cuando supe que había estado enamorado, y que por enamorado echaba tanto de menos a la Teresita, por eso el nudo que no me lograba sacar de la garganta. Pero no sólo eso... si yo era más aturdido de lo que yo mismo creía, fue cuando supe también que el juego del ternero era hacer el amor y que yo, enamorado de la Teresita, de verdad le pertenecía.


Temprano al otro día saqué la yegua para partir pa'l Alhué. Mi paire me regaló su montura y sus aperos, y también la escopeta, porque dijo que yo ya era pasto maduro y que con mi deber nomás cumplía. Claro que mi mama se quedó llorando y no paraba de llorar. Enrique me dio unos abrazos y me quiso cambiar su sombrero de huaso por mi chupalla "a ti no van a poder llevarte los milicos porque vai a tener un hijo que mantener, la ley es así", eso me dijo despidiéndose. Mis hermanos más chicos se fueron corriendo detrás de la yegua haciéndome señas con las manos y los pañuelos.


Me fui al trote. Paré un rato en la noche sólo para que la yegua descansara, no me demoré ni tres días en llegar. La Teresita estaba en la puerta peinaita, ni que me hubiera estado esperando. Fíjense: me tapó a besos. Tenía en los brazos a un chiquillo que ya caminaba, le había puesto como yo: José.

Martín Faunes Amigo. Colina, invierno 2007.

Presentación de Martín Faunes en el Seminario Internacional de Minificción

¿Sirve el micro cuento para desarrollar el gusto por la lectura en los jóvenes?

M

e han encargado que ocupe esta tribuna que intenta responder si el micro cuento sirve para desarrollar el gusto por la lectura en los jóvenes, conectando el tema con un maravilloso proyecto en que la Corporación Letras de Chile y el Hogar de Cristo están empeñados.

Quisiera empezar esta exposición diciendo que no tengo dudas en que el micro cuento sirva para desarrollar el gusto por la lectura en los jóvenes, como me parece que cualquier estilo literario servirá para este efecto; siempre y cuando las creaciones que se entreguen a los jóvenes en los diferentes estilos, cumplan normas de calidad. Yo sé que no es fácil y no podemos establecer de manera muy clara qué elementos hacen que una obra sea de calidad o no lo sea, y no deseo centrar en este aspecto mi exposición, sino sólo hacer ver que para mí el micro cuento es una forma literaria más, en este caso perteneciente a la narrativa y que puede lindar o no con el poema. Lo que sí me parece es que el micro cuento y el cuento corto, se parecen mucho al origen del cuento, el que se contaban los cazadores al volver a las aldeas; ése que nuestros abuelos nos contaban junto al brasero. Hablo de historias maravillosas generalmente breves, que, por lo menos a mi generación y no me cabe duda que a otras muchas anteriores a la mía que no contaban con televisión ni video juegos, nos introdujo en la literatura. Aquí está la conexión del tema en cuestión con el programa de la Corporación Letras de Chile y el Hogar de Cristo. Se me ocurre que no le podemos pasar un volumen de 300 páginas a alguien que no ha leído antes; y qué mejor que pasar ese relato breve en el envase en que nosotros y mis anteriores lo conocimos.

Buscando este envase, es decir, el del abuelo narrador, ya fuera experiencias vividas por ellos como cuentos universales o tradicionales chilenos –Pedro Urdemales, Pinocho, El gato con botas y El patito feo, fueron siempre súperstars-, fue ideado "Tenemos tanto que contar…" que ha empezado con un plan piloto en que participan los adultos mayores del Centro de Acogida que el Hogar de Cristo mantiene en la Comuna de La Pintana. Se trata de una actividad, en donde entrenamos a los adultos mayores para que puedan ir a contar cuentos a los niños y niñas de la educación básica en escuelas del sector, donde asisten niños mayoritariamente en riesgo social que, difícilmente, va a haber quien les cuente alguna vez un cuento. Y qué mejor que empezar incentivándolos con narraciones breves como ésas que dejan gusto a poco, y que se cuentan con muchas interrupciones y explicaciones pedidas por los pequeños auditores, y que siempre dejan un interés ansioso que se calma diciendo “pasó por un zapato roto...”. La que voy a narrar a continuación es un buen ejemplo. Imaginen una voz femenina:

E

L SE LLAMABA Patricio. Yo le llevaba recados de una amiga mayor y después me escondía para verlos besarse. Un día, contento, me anunció que les había salido casa en San Bernardo. Nunca más lo veríamos. Por ese tiempo, imagínate, a San Bernardo había que ir en tren. Yo, con una lágrima, le dije que no podía irse, porque yo lo amaba y lo iba a amar para siempre. Se quedó mirándome confundido y me preguntó si no me daba cuenta de que yo no tenía ni diez años y que él veintitrés. Me dijo también que era linda y que iba a amar a muchos chiquillos, así que a él lo olvidaría pronto. Yo le respondí “jamás” y que para no olvidarlo me iba a cambiar de nombre. Me llamaría Patricia como él. Así me he llamado desde entonces, y nunca más me llamó nadie por mi nombre verdadero que era Flor. Y si le quise contar esta historia, mi niña, fue para que sepa desde ya lo que es el amor.

Este cuento breve recién escrito, y que podría abreviarse más con más tiempo, fue escrito por mí en base a un relato sobre su primer amor de Flor Vogel, una de nuestras adultas mayores participantes en el proyecto, y nos lo contó en el contexto de recordar experiencias hermosas de su niñez; porque en la vida también hubo momentos hermosos y recordarlos, es bueno, es saludable, alegra, hace sonreír, y mejora las neuronas. Es así como con estas actividades, los participantes se ríen, cantan y lo pasan bien y, sobre todo, vuelven a sentir en el corazón las alegrías que han sentido en sus vidas, y descubren que sus experiencias son dignas de ser contadas y compartidas.

La intención de la Corporación Letras de Chile es replicar esta experiencia en otros sectores donde el Hogar de Cristo mantiene centros de acogida similares con la ganancia doble de introducir en la magia de la literatura a niños en riesgo social que difícilmente sin este proyecto podrían convertirse en buenos lectores y mejorar la autoestima de ancianos que vuelven a sentirse útiles y respetados, y por añadidura mantienen y mejoran sus capacidades intelectuales.

Debo decir que tanto para mí, como para el poeta Julio César Ibarra, que me ha acompañado en esta aventura ya por varios meses, ésta ha sido una experiencia extraordinaria y enriquecedora que, más allá de haber podido ser testigos de la mejoría de ánimo de nuestros participantes, así como la alegría causada con los cuentos en los niños de Colegio Champañat de La Pintana, el primero en recibir la visita de nuestros cuanta cuenteros, nos ha permitido recoger también vivencias de un país que está ahí en esa memoria colectiva de la gente mayor humilde, que está escondida ahí por la periferia y es necesario transmitirla para salvarle y pueda ser conocida por las nuevas generaciones.

Para terminar, deseo agradecer a todos ustedes por su presencia; y a Letras de Chile, al centro Cultural de España, al Consejo Nacional de la Cultura, y a la Universidad de Playa Ancha, mi universidad, por permitirme expresar aquí estas ideas que con todo aprecio he sintetizado para ustedes. Deseo finalmente felicitar públicamente a Ruth, a Karina y a Elías, a Diego Muñoz hijo y a Julio César Ibarra, mis socios en este bello proyecto. Si están entre el público que por favor se levanten para que les brindemos un enorme aplauso. Muchísimas gracias.

Martín Faunes Amigo. Colina, invierno 2007.

Martín Faunes en la Univesity of South Australia

Martín Faunes Amigo, un cuentista que no anda con cuentos




Martín Faunes Amigo (1949) nació en Santiago de Chile pero de pequeño se traslada con su familia a La Serena, donde vive los años de la infancia marcados profundamente por experiencias únicas, que luego, agrandadas a través del recuerdo, se vuelcan en no pocas páginas memorables de su narrativa. Ese primer viaje en tren a La Serena, ese desplazamiento del centro hacia la periferia, va a ser la piedra fundante, el punto de neurálgico de su escritura. No por nada, en varios cuentos y novelas del autor aparece recreado ese viaje, unas veces con ojos infantiles y otras con ojos que han cargado exilios y experiencias pero que no dejan de ser de niños.

Martín Faunes Amigo representa una de las voces más importantes e influyentes de lo que se ha dado en llamar 'La Generación NN', la más golpeada por la dictadura pinochetista pero sin embargo, la menos silenciada.

Los cuentos más representativos de Faunes se encuentran en Tranvía equivocado (Santiago: Cuarto propio, 1992) una selección de relatos, muchos de ellos premiados en concursos literarios, entre los que descollan 'Urracas y Zorzales', 'Contrapunto', 'Pájaro pardo' y 'Abnegada maestra'. Este último fue publicado además como guión de cortometraje por el dramaturgo Pablo De Carolis Yori. Faunes, como co-autor ha publicado con el poeta Oscar Montealegre el libro de poesía y cuento Ráfagas de versos y bytes (Santiago: Mosquito editores, 1990). Con los dramaturgos y guionistas Perla Devoto, Pablo De Carolis, y Gustavo González, publica 7 guiones para cine y TV: Lo duro y lo hermoso al final del Siglo XX (Santiago: Cuarto propio, 1996) una adaptación de cuentos de autores como Diego Muñoz Valenzuela y Ramón Díaz Eterovic y el propio Faunes.

Los cuentos de Martín Faunes aparecen también en las antologías más representativas de la narrativa chilena contemporánea como son Cuentos de La Epoca (Santiago: Atena, 1990), Andar con Cuentos (Santiago: Mosquito 1992) y Cuentos Chilenos Contemporáneos 2000 (Santiago: LOM, 2001). Su colección de relatos Animales extraños de piernas hermosas, hijas de la fortuna, publicada en Edición electrónica EDYM (1998) le ha valido un amplio reconocimiento.

Faunes es uno de los directores de la revista literaria Pájaro Pardo, fundada en 1995 con el poeta José Ángel Cuevas pero su actividad más reciente lo compromete con un proyecto de recuperación de la memoria histórica mediante la creación del Colectivo de Arte 'Las historias que podemos contar'. Un proyecto que surge en el seno de la Corporación Parque por la Paz VILLA GRIMALDI. La Villa Grimaldi fue uno de los principales centros de tortura del régimen militar chileno. El Parque por la Paz, levantado en ese mismo lugar, constituye un homenaje a las víctimas que pasaron por ese centro.

Mediante la magia de la tecnología fue posible entrevistar a Martín Faunes Amigo en su refugio de Nuñoa en Santiago de Chile hasta donde llegaron estas preguntas que el autor accedió amablemente contestar.

- Martín, debe de ser fascinante tener un segundo apellido como el tuyo. ¿Te ha servido de algo?

Para ser sincero, a mí me gusta mucho, sobre todo porque es el apellido de mi tata (abuelo materno), que es la persona que me enseñó casi todo. Y no sé si me ha servido o no, pero sí sé que en el colegio, por ejemplo, sirvió de mofa y de burla y tuve que defenderlo: ¡Soy de apellido 'Amigo' y qué! Mi tata, que se llamaba Ángel Amigo Rocco, me enseñó a inventar cuentos a partir de una idea dada (pie forzado) y me enseñó también a hacer sillas y mesas, a entarugar y a encolar, y a que las personas no son malas ni buenas, pero si uno se acerca a ellas con respeto son generalmente buenas, sin que se confunda el respeto con la humildad. El respeto es también la base de las verdaderas amistades, 'la amistad requiere que las personas se acepten y se respeten como son' -decía el tata que me hizo heredar su apellido 'Amigo'. 'Pero si eres un amigo, debes ser un buen amigo y no serlo sólo de apellido'.

- Martín, ¿Cómo nace tu literatura?

Mi tata me incentiva. Él era un profesor ya jubilado y yo su nieto que escuchaba sus cuentos que él me iba inventando a medida que los hilvanaba. Hablo de un gran narrador oral de quien heredo no sólo el apellido, sino también sus herramientas de carpintería, sus convicciones filosóficas y muchas historias suyas que después narré para mis hermanos y para mis primas menores que no tuvieron la suerte de conocer al tata.

- ¿Quiénes fueron tus maestros?

El primero, como ya te adelanté, fue el tata, de quien aprendí que si quería contar o escribir algo no podía obligar a la gente a que me escuchara o me leyera, sino ser tan entretenido como para que quisieran escucharme y leerme; el segundo, un profesor bastante oportunista -don Jorge Milla Vega- que, mientras era su alumno en la escuela básica (la Escuela Superior Mixta Número 10 de La Serena), me escogió, por la buena letra que tenía entonces, junto a otros tres compañeros, como ayudantes-escribanos de unas historias que 'descompilábamos' desde revistas de historietas; lo que equivalía a describir la escena dibujada, y tras un guión, escribir lo que aparecía en los 'globos' de diálogo. Las revistas eran de pésimo gusto, mexicanas y estadounidenses, principalmente de terror y de gánsters. No obstante, después de 'nuestra escritura', el señor Milla las retomaba y creaba con ellas radioteatros que con un grupo de actores dramatizaba a las diez de la noche 'en vivo' en la Radio 'La Serena' de La Serena. 'Horror en la noche' se llamaba su programa 'para gente grande' que mi madre, una profesora que emigró con nosotros a La Serena y pintaba caballos errantes, desde luego, no nos dejaba escuchar y teníamos que oírlo a escondidas.

Escribí tantos de esos guiones copiados de revistas que cuando no quedaron revistas empecé a inventarlos yo mismo, aplicando las técnicas orales que había aprendido del tata y otras captadas de aquellos 'paperback writer' de las historietas de los 50. Después, ya con diez años pero con mucho oficio, cambié hacia temas más lógicos para mi edad y acabé enviándolos a la revista El Peneca de Santiago (parecida al Billiken de Buenos Aires, pero muy anterior a ésta) donde publicaron algunos de mis trabajos bajo diferentes nombres de escritores mayores que los pulían y mejoraban. A cambio, a mí me daban en premio libros como El Tesoro de la Juventud, la Colección Amarilla de Zig-Zag, Robin Hood de Argentina y banderines de equipos de fútbol. Todo eso era para mí más que suficiente, de hecho, todavía lo siento así y lo agradezco.

Posteriormente, en el Liceo de Hombres de La Serena, uno de mis profesores, el poeta y ensayista Alfonso Calderón (Premio Nacional de Literatura de Chile), me pulió, me mostró mucha literatura y me enseñó a crear poesía. Finalmente, ya universitario, descubrí a Cortázar, a quien tuve la fortuna de conocer en Chile antes de la dictadura militar del 73, y es con quien más me identifico como narrador. Cortázar es entonces el gran maestro, aunque hubo otros, Poli Délano por ejemplo, quien me enseñó cómo en el primer párrafo ya se debía percibir el conflicto; Carlos Cerda (recientemente fallecido), de quien aprendí a manejar la progresión dramática.

Leyendo a Borges me involucré en los caminos y sendas en círculos y en la locura de las obsesiones. Junto a Rayuela de Cortázar, conservé siempre alguna edición donde apareciera 'Funes el memorioso', capaz, si existió ese tal Funes obsesivo de Borges haya sido algún pariente mío. Aprendí también mucho de Rulfo y de su Llano en llamas. Rulfo, es una prueba inequívoca de que se puede narrar a los marginados sin olvidarse de la belleza y sin caer en textos obvios ni panfletarios. De Jorge Teillier aprendí a soñar con lugares recursivos y con la recursividad del amor y del placer. De Teillier saqué eso de soñar en medio de los sueños, y en medio de los sueños de los sueños. De muertes y maravillas es un libro maravilloso de lectura obligatoria.

-¿Y a Skármeta le debes algo?

Fue mi profesor en la Escuela de Teatro de la Pontificia Universidad Católica de Chile, algo después de caída la dictadura. Fue un período no muy largo pero productivo para mí. Con él aprendí que todo lo que se escriba debe ir en beneficio del final, que las cosas deben mostrarse más que decirse y que en los conflictos que valen la pena, a los personajes les cambia su visión de mundo.

-¿Qué representó Skármeta para tu generación?

Poco al principio, porque nosotros nos perdimos entre los exilios forzados y voluntarios. De hecho, él mismo partió a Europa. Muchos vinimos a conocerlo ya cuando la dictadura aflojaba y cuando una compañía de teatro chilena, a pesar de la censura, pudo montar Ardiente paciencia, una obra que posee el raro mérito de tratar un tema social fuerte de manera digna y con altura. Esto muestra, por otra parte, que no hay temas repetidos ni mucho menos agotados, todo va en cómo se los trate, lo cual se contrapone fuertemente con la opinión de los intelectuales interesados en que el holocausto chileno sea olvidado. Para eso promueven al hombre light y a la vida sin valores, sin utopías.

Ardiente paciencia de Skármeta y La muerte y la doncella de Ariel Dorfman, un escritor a quien respeto y admiro, son fuertes contra-ejemplos. Además, en mi propio caso jamás me dejaré convencer con la falacia de 'olvidar para mirar al futuro'. Volviendo a Skármeta, si bien al principio no representó gran cosa para nuestra generación, esto cambió radicalmente a su vuelta. Entonces comenzó a darnos talleres de todo tipo y para todos los niveles, y de pronto se había convertido en 'activista literario' consiguiendo espacios nunca sospechados para el arte como 'El show de los libros', que llevó a la literatura y a los autores a horarios semi estelares de la televisión no sólo en Chile sino en Latinoamérica, rompiendo de esta manera con mitos como aquel de que la gente común no se interesa por el arte y sólo hay que darles basura entretenida. Skármeta ha sabido llevar literatura de manera amena a sectores que nunca la conocieron, demostrando que la gente no por ser común no va ser inteligente.

-¿Qué es lo que más recuerdas de Skármeta?

Aunque todo lo que nos decía y explicaba se enmarcaba en atmósferas humorísticas, parecía siempre tan lleno de sabiduría, profundidad. Curiosa la profundidad auténtica pero humorística de Skármeta. Le regalé mi libro Tranvía equivocado, a los pocos días me habló de 'Abnegada maestra', un cuento erótico muy premiado que aparece ahí, que dijo haberlo impresionado gratamente. Entonces, cuando yo esperaba que me dijera: 'pero habría sido bueno que...', cerró un ojo y agregó como el sabio que es: 'parece que esa profesora estaba buena para reventarla con la uña'.

- Para muchos escritores de tu generación, el exilio fue una marca muy dura...

Es verdad. Primero que nada es bueno decir que yo no salí del país sino mucho después del golpe de estado; y si bien, escribí muchos cuentos en Toronto o por el Hudson Valley, y aún por Böblingen o Stuttgart, no me considero un exilado en el amplio sentido de la palabra.

-¿Cómo es eso?

Pertenecí, y continúo perteneciendo con el corazón, a un grupo de militantes que decidieron permanecer en Chile y hacer frente a la dictadura. Soy entonces, de los que en nuestro país llaman 'exilados internos', somos los que porfiadamente nos quedamos y nos convertimos en náufragos porque nuestros iguales estaban fuera del país, o eran como nosotros náufragos también, a la deriva en un país que culturalmente zozobraba, y cuyos mares de odios y censuras no nos permitían acercarnos ni intercambiar ideas, y ni siquiera conocernos. Por eso nuestra generación se autodenomina 'NN'.

- ¿Qué significó el exilio para ti desde el punto de vista de tu escritura?

Las marcas de ese exilio interno aparecen en todo momento, generalmente de manera sutil, pero en otras lo hago notar con fuerza, como en 'Urracas y zorzales' que está dedicado a María Cristina López Stewart, o en el cuento 'Pasajeros del Tren Elquino', consagrado a mi compañero de colegio y militancia Federico Alvarez Santibáñez, asesinado por policías en un vehículo oficial. Federico me prestó para que leyera Bestiario de Cortázar, por ahí en el 68, que fue lo primero que leí de Cortázar. Mucho después, sobreviviente de la lucha contra la dictadura, es cuando rompo mi exilio interno, salgo por tiempos cortos y largos hacia países lejanos; es por ahí donde descubro que la reflexión de los rusos clásicos 'describe tu aldea y serás universal' es absolutamente verdadera, los conflictos de nosotros los humanos son al final siempre los mismos.

- ¿Crees que todo escritor debería auto-exilarse por un tiempo?

Sí, absolutamente. Sólo que no creo en exilios de oro ni de plata. El artista más de una vez en la vida, debería partir a donde nadie lo conozca, y allá solo ante su computadora, máquina de escribir o ante sus papeles, o ante al menos el espejo, debería replantearse la vida con todas sus circunstancias. Con ello venceríamos mejor la tendencia a creer que antes de uno no hubo nada rescatable, y, sobre todo, a aquella estúpida cosa de creer que el público está obligado a leernos. Al público hay que ganárselo, no hay otro modo. En el exilio interno o externo, donde nadie te conoce, esto se percibe mejor. Y ello permite arrojar por el suelo vanidades y autoreferencias.

- ¿Cómo se manifiesta el desexilio en tu escritura? ¿Hubo alguna transición?

No lo he dicho todavía. Los dos años previos al gobierno de Allende y los mismos tres años de Allende, fueron en Chile un poema y una locura a la cual me sumé como se sumó la inmensa mayoría de la juventud de mi país. Cuando ese período maravilloso se destruyó, asumí más aún mi condición de militante y lo puse todo al servicio de la resistencia, incluyendo todo lo que escribí (principalmente palomas y discursos y creación de consignas), me olvidé de la literatura. Y fuimos derrotados. Quizá mi transición fue ese período en que redescubrí mi vocación y con ello recuperé mis ganas de hacer literatura hasta que me llegó el desexilio con una producción literaria prolífera pero cargada con el peso de la derrota, lo cual no es algo que considere un lastre, sino todo lo contrario.

- Esto se evidencia en el empeño con que has tomado la empresa de ayudar a otros en el duro trabajo de recuperación de la memoria. ¿Qué representa el Colectivo de Arte 'Las historias que podemos contar' y cuál fue su génesis?

El Colectivo de Arte 'Las Historias que podemos contar' nace en el seno de la Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi, creadora del parque memorial surgido donde la policía secreta de Pinochet encarceló, torturó y asesinó. Esta Corporación se ha empeñado de manera inquebrantable en crear, a partir de testimonios propios o de terceros, historias de vida de víctimas de la dictadura.

- ¿Qué alcance tienen estas historias? O mejor dicho, ¿a quiénes engloba en las ficciones?

Hablamos de personas que compartiendo un sentido de solidaridad profundo, se comprometieron en proyectos que buscaban sociedades más justas y que los llevaron a cabo en sus respectivas áreas como poetas, cineastas, bailarinas, ciclistas, futbolistas, fotógrafos, ajedrecistas, obreros y campesinos, madres, padres e hijos. En otras palabras, seres humanos con anhelos e individualidades que están ausentes en una lista de detenidos desaparecidos.

- ¿Qué importancia tienen estas historias de vida y cómo se comparan con una lista de detenidos-desaparecidos?

- Bueno, un listado con nombres de víctimas es un documento imprescindible que atestigua la existencia pasada de personas y el crimen cometido con ellas, pero no puede revelar la historia personal de los que ahí figuran como tampoco sus aspiraciones ni sus sueños. Un nombre en una lista es apenas un punto de partida para descubrir qué hay detrás de ese nombre y el resultado es siempre sorprendente. No se puede olvidar que es gente que se la jugó contra una dictadura y por un cambio profundo de la sociedad. ¿Cómo podría apenas un nombre mostrarnos los sueños de estos pro hombres, de estas mujeres de corazones valerosos, cómo podría mostrarnos sus convicciones, la humanidad tremenda que había tras ellos, quienes fueron nuestros queridos amigos y nuestras queridas compañeras?

- Entonces, lo que ustedes se proponen es rescatar una memoria profunda.

- Nosotros, sin habérnoslo propuesto, nos vimos de pronto haciendo lo que el historiador chileno, Gabriel Salazar, ha denominado 'memoria oral', aquella realizada por los que pueden contarla. Nosotros vivimos una parte funesta de la historia latinoamericana que muchos pretenden ignorar. En contraposición, nosotros queremos rescatarla para que no vuelva a repetirse; siendo nuestro objetivo fundamental recordar a nuestros compañeros tal como los conocimos, rescatando de nuestra memoria sus aspiraciones y la alegría de vivir que poseían, aspectos que dejaron huellas imborrables entre los que los conocieron.

De esta historia particular vamos entonces a escribir la historia general del período, rompiendo el paradigma de que la historia la escriben los triunfadores.

En este caso nos ayuda el que la historia no la desean contar los triunfadores porque el referirse a ella los avergüenza. 'Miremos al futuro', dicen, en una manera eufemística de expresar 'olvidemos el pasado'. Nuestro empeño entonces está en que no olvidemos el pasado. Un pueblo que olvida, comete los errores del pasado.

-¿Con qué medios de difusión cuentan para cumplir este objetivo de conscientización creadora?

-Para llevarlo a cabo de manera global, tres años atrás, abrimos el sitio web, 'Las historias que podemos contar', un espacio diferenciado dentro de la página de la Corporación Parque por La Paz Villa Grimaldi que se ha convertido en una importante fuente de divulgación que nos ha permitido recoger datos de informantes desde los lugares más inverosímiles con los cuales hemos creado textos literarios que se reparten entre la ficción y el testimonio. No hemos hecho una diferenciación entre estas dos formas discursivas -salvo en algunos casos en que nos pareció imprescindible hacerlo- para que el propio lector participe activamente en el proceso de lectura.

-¿Qué otras motivaciones los han llevado a comprometerse con este proyecto?

- Una de las razones más fuertes que anima este proyecto es la importancia esencial de dar a conocer la calidad intelectual de ciertas figuras señeras que se truncaron muy tempranamente. Lumi Videla, por ejemplo, además de sus responsabilidades como revolucionaria, era una intelectual brillante. De igual modo María Cristina López Stewart, era revolucionaria y poeta, y su diario de vida de 1963 podría fácilmente ser el equivalente en el holocausto chileno de El Diario de Ana Frank. Sólo dando a conocer estos aspectos lograremos evitar que la historia oficial engañe a las nuevas generaciones imponiendo una versión ajena a la realidad y que ya se oye: 'durante el gobierno militar se eliminó a hordas de delincuentes'. Compartimos una historia de sangre con todos los países de nuestra América que cayeron bajo las garras de la dictadura en los años 70. La dictadura chilena desarrolló una política de exterminio masivo hacia las personas que se atrevieron a enfrentarla y esos combatientes eran lo más florido y generoso de nuestra sociedad; esto es algo que se necesita repetir y repetir cientos de veces. Quienes se inmolaron enfrentando a la dictadura en pro de los desposeídos, fueron individuos iluminados que, liberándose de los prejuicios tradicionales, fueron capaces de entregarse generosamente a una causa que tenía como horizonte la justicia social.

- ¿Qué narran estos textos y qué criterios se usan para escoger los temas?

- El tema no es tan importante, se puede crear belleza prácticamente a partir de cualquier tema. En cuanto a los textos, éstos nacen a veces de un conocimiento profundo que nosotros podemos narrar, pero otras, desde apenas un barniz de conocimiento. Cito, por ejemplo, el texto de la historia de Diana Aron (detenida desaparecida por la dictadura), que nació de una conversación de María Paz García-Huidobro con la hermana de Diana, quien le mostró una foto suya donde aparecía con ella y le contó de esa tarde cuando se tomaron la foto. Sumamos a esto, el testimonio del padre del hijo que Diana esperaba al ser asesinada, y otro muy breve del propio padre de esta maravillosa mujer inmolada. El resultado es un texto sorprendente, cuyo crédito es mayoritariamente para María Paz, hoy fallecida. Maravilloso es el relato Sopa de rocas que resultó también de un testimonio, aportado por una militante que secretamente estaba enamorada de Juan José Boncompte (ejecutado por la dictadura). La magia parece estar en que los textos resultan maravillosos porque los personajes son extraordinarios. Un criterio importante en estos textos se refiere al concepto de 'víctima'. Víctimas de la dictadura fueron no sólo los que murieron por culpa de ésta, sino también los miles de compañeros que sobrevivieron a la tortura, los que perdieron a sus parientes, los que tuvieron que marchar al exilio, los que de manera estoica decidieron quedarse a pesar del ambiente adverso y peligroso, los que perdieron sus trabajos y sus estudios. También, víctimas fueron aquellos cuya pérdida de sus visiones utópicas los sumió en la desesperanza, y por supuesto, los millones de pobres para quienes la dictadura no tuvo compasión y los sometió a una pobreza mucho más abyecta. Nuestro propósito es, mediante el arte, realizar un aporte a la memoria histórica, cuestión fundamental para las generaciones futuras. Insisto: un pueblo que no recuerda termina repitiendo los errores.

Un criterio importante en estos textos se refiere al concepto de 'víctima'. Víctimas de la dictadura fueron no sólo los que murieron por culpa de ésta, sino también los miles de compañeros que sobrevivieron a la tortura, los que perdieron a sus parientes, los que tuvieron que marchar al exilio, los que de manera estoica decidieron quedarse a pesar del ambiente adverso y peligroso, los que perdieron sus trabajos y sus estudios. También, víctimas fueron aquellos cuya pérdida de sus visiones utópicas los sumió en la desesperanza, y por supuesto, los millones de pobres para quienes la dictadura no tuvo compasión y los sometió a una pobreza mucho más abyecta. Nuestro propósito es, mediante el arte, realizar un aporte a la memoria histórica, cuestión fundamental para las generaciones futuras. Insisto: un pueblo que no recuerda termina repitiendo los errores.

- ¿Quiénes integran el Colectivo de Arte 'Las historias que podemos contar'?

-Lo integran las narradoras Lucrecia Brito, Margarita Román, Mónica Hermosilla Jordens, Angélica Benavides e Ignacio Puelma, sobrevivientes del campo de concentración de Villa Grimaldi y de otros centros de secuestro y tortura; Hilda Espinoza y María Paz Concha Traverso, esposa e hija de detenidos desaparecidos; los narradores Carmen A. Gallero Urízar, Orietta Fuenzalida, Viviana Sepúlveda, Valeria Barraza, Lorena Sandoval, Manuel Arriagada, Adan Bórquez y Gonzalo Rodas Sarmiento. Integran también este colectivo los escritores y pintores Draco Maturana y María Paz García-Huidobro, autores de varias de las ilustraciones del sitio web que poseemos; así como Shenda Román, actriz y directora de teatro, nuestra directora dramática; María Angélica Illanes Olave, historiadora, quien es la responsable por el contexto histórico de lo que realizamos. Y yo mismo que soy el director.

- Me ha llamado la atención el título 'Las historias que podemos contar'. ¿Acaso hay historias que no se pueden contar?

- Admito que se puede prestar para este equívoco, pero en nuestro concepto todo puede contarse. El título se refiere a que nosotros podemos contar estas historias porque las vivimos, porque conocimos directamente a quienes las protagonizaron, porque las pérdidas que ahí se narran las vivimos en nuestras propias heridas; por eso 'podemos'. Sin embargo, para mucha gente de nuestra generación las heridas han sido tan profundas que no se atreven a contarlas o no desean contarlas para no tener que recordarlas. Recordar viene del latín, significa volver a sentir con el corazón. Para mí mismo el proceso de atreverme a recordar fue doloroso. ¿Cómo no iba a ser doloroso recordar a amigos de la niñez y a otros que estuvieron conmigo en la resistencia y que ya no están aquí? Fue doloroso y es doloroso pero factible, es decir 'se podía', por eso se llaman 'Las historias que podemos contar' aunque resulte doloroso.

-¿Cuántas historias llevan escritas, aparte de las que figuran en la página del Parque Grimaldi?

- En total, deben de ser en este momento, unas ochenta, las suficientes para que estemos colapsados, y nos cueste bastante el trabajo de pulirlas y llevarlas al web.

-Aunque la página web donde figuran estas historias es la mejor biblioteca, ¿han pensado en la posibilidad de publicarlas en un libro?

- Sí, el primer tomo se llamará 'Las historias que podemos contar', así tal. El segundo, el tercero y el cuarto, ya veremos.

-Zurita, ingeniero-poeta, Martín Faunes Amigo, ingeniero-novelista, cuentista, guionista, tallerista de la memoria. ¿Qué pasa con la ingeniería, no llega a satisfacer completamente?

- Bueno y recuerda a Sábato, también ingeniero, a Nicanor Parra, antipoeta-físico nuclear, a Diego Muñoz Valenzuela, narrador-ingeniero, a Gregory Cohen, narrador-cineasta, actor-dramaturgo e ingeniero también; a Pablo Perelman, cineasta-ingeniero, a Cristián Galaz, cineasta-ingeniero. Se me ocurre que la gente posee muchos talentos que de acuerdo a las circunstancias potencia mejor o peor. No te olvides que yo soy también un excelente carpintero, y ése es un arte donde se mezcla la belleza del manejo de las proporciones con el obtener patas y respaldos desde un pedazo de madera. Muchas veces empiezo a escribir un cuento en la cabeza mientras dibujo el diagrama en bloques de un nuevo proyecto ingenieril o lijo la cubierta de una mesa y el taller se impregna al aroma del ciprés de las Islas Guaitecas. Se puede potenciar a la vez más de un talento, recuerda a Leonardo Da Vinci, pintor-poeta-escultor-ingeniero y al mismo José, carpintero-padre, o a Pedro apóstol-pescador, o a Jesús, Mesías-rebelde, o incluso a Judas, discípulo-traidor.

-Con frecuencia aparece la Serena en tu narrativa. ¿Qué significa o que significó para ti la Serena?

-La Serena representa mi exilio y mi desexilio; al irnos a La Serena, nos separamos de todos los que conocíamos, incluyendo al tata. A cambio, llegamos a un lugar mágico donde las calles se llamaban 'Anima de Diego', 'Subida del Calvario', 'Baho de Las Animas', 'El Cinco de Queso' o 'El Bolsico del Diablo'; y por ellas circulaban vendedores de pescado a lomo de mula y también, montado en un alazán inmenso, con una escopeta y cananas en bandolera, pasaba el 'Oficial de Aguas', cuidador del preciado y escaso bien que constituye el agua en esa ciudad límite con el desierto, a quien los 'regantes' ladrones habían cortado el tendón del cuello a cuchillazos, por eso el hombre iba, ánima del crepúsculo, en su caballo al paso con la cabeza colgando hacia un lado y al otro y con el sol rojo del ocaso quemándose a su espalda, un espectro del crepúsculo, eso era 'El oficial de aguas'.

Al lado de nuestra casa, vivía una mujer especial que, a pesar de vivir con su marido, 'atendía' a los mineros cuando bajaban los fines de semana o cuando descubrían algo de oro o de plata. Su hijo era mi amigo, y como amigo mío que era, me invitaba a mirar, sin que nos vieran, a sus tías desnudas (hermanas menores de su madre), cuando le venían a ayudar desde Punitaqui a atender mineros o hacendados por Navidad, Año Nuevo o fiestas patrias.

Así era La Serena de aquel tiempo, en los rincones le quedaba el olor a los piratas holandeses e ingleses que la saquearon en innumerables oportunidades, le quedaba también el aroma mezcla de placer y dolor de las españolas y criollas que estos violaban.

Dejé La Serena, donde me inicié prácticamente en todo, pero la llevo tan marcada que aunque no haga hacia ella ninguna referencia, aquel que sea de La Serena, reconocerá por ahí entre una coma o algún punto, la atmósfera de mi ciudad de fines de los 50’ o 60’.

¿Qué pasa con la novela? Hasta ahora se te conoce como cuentista.

La novela llega con cierto retraso en mi escritura, quizá por la premura y la urgencia con que escribíamos en la clandestinidad, sin embargo, la tranquilidad para abordarla ya me llegó. He escrito tres novelas que aún están inéditas, pero por muy poco tiempo más. Te cuento al respecto que "Viajera de los nombres supuestos", está en talleres de Edebé, para ser presentada el 22 de agosto de 2002 -Edebé es una editorial española de los Salesianos que en Chile ha sido muy exitosa-. La iniciación de los pequeños corsarios aparecerá en noviembre por Mosquito Editores, y Boleto equivocado a San Rosendo, aún no tiene editor. Pero no me olvido del cuento, mi nuevo libro de cuentos Composiciones escolares para estudiantas crecidas, debiera aparecer a más tardar en marzo de 2003 por la editorial Cuarto Propio.

-Volviendo al cuento, que hasta ahora parece ser tu fuerte ¿cuál consideras que es tu mejor cuento y por qué?

- 'Urracas y zorzales', sin duda. En él el narrador y su punto de vista es el mayor mérito: un pájaro pardo voyerista capaz de ver y volar dentro de las mentes de sus observados y de expresar y asumir bondad o maldad de acuerdo a las circunstancias. Un hablante voyerista narra la historia de una prostituta infantil, su explotador, su manejadora y sobre todo a su cliente, un médico de ésos que las dictaduras latinoamericanas usaban para suspender los interrogatorios de los detenidos, no para liberarlos o perdonarlos, sino para resucitarlos y atenderlos antes de que murieran para que así los esbirros pudieran continuar torturándolos e interrogándolos.

'Urracas y zorzales' es además un cuento muy soñado. Es una pequeña historia donde al escoger un mejor punto de vista y soñarla por semanas, se convierte en obra de arte. Los sueños son quizá lo más importante en literatura y en toda creación. Si no hay sueños todo se torna demasiado cercano a la realidad, demasiado plano.

-¿Cómo escribes tus cuentos? ¿Tienes alguna receta especial?

-Los escribo la primera vez de un tirón, conteniendo el aliento. Después sueño mucho con ellos. Escribir un cuento es sólo oficio, cuando uno logra integrar en el cuento las visiones de sus sueños es cuando las cosas se tornan geniales y los escritos se convierten en obras de arte.

-¿Te animas a escribir 10 instrucciones para cuentistas?

-Apuesto a que sí.

1. Escriba lo que tenga en mente sin detenerse.

2. No describa piedras, musgos ni otros, ni sobre adjetive.

3. No diga ni explique, muestre o insinúe; los lectores son personas inteligentes.

4. Descanse su escrito, pero suéñelo y después intégrele sus sueños.

5. Reescriba el cuento escogiendo el mejor punto de vista.

6. Tenga presente la personalidad de sus personajes.

7. Lleve el conflicto al párrafo más cercano al comienzo posible.

8. Oculte detalles anticipantes del desenlace, son correctos sólo los que vayan desarrollándolo.

9. Descanse el cuento otra vez pero continúe soñándolo.

10. Retómelo y elimine personajes sin rol, lugares comunes, omnisciencias, moralejas, y todo lo innecesario, pero recuerde el valor de la metáfora

Sin embargo, todo decálogo del cuento, debe ir acompañado de una bajada que recuerde la frase del mensajero de la reina: 'perdone mi reina la extensión de este mensaje, pero no tuve tiempo de escribirlo de manera más breve'; otra que diga 'un cuento no es sino la narración de uno y sólo un conflicto, una novela es la narración de un conflicto mayor que puede dividirse en conflictos menores'; otra que diga 'un conflicto importante debe cambiar la visión de mundo a los personajes'; y aún otra 'no confunda al narrador con el escritor'; y otra 'un escritor no necesita haber vivido una situación para imaginarla y narrarla'; y una más 'la literatura no es masoquista, nadie por eso lo va a leer a usted por obligación o sólo porque lo haya escrito, al lector hay que ganárselo con excelencia'; y, finalmente: 'describe a tu aldea y serás universal'.



© María Elena Lorenzin 2002
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid